Columnas de ayer y de hoy


Arquitectura romana


Arquitectura clásica


La comedia griega (ppt)


Partes del teatro griego (ppt)


Teatro en Grecia


Esta es una página de referencia por su sencillez y por la amplitud de sus comentarios.

http://club2.telepolis.com/mandragora1/index.htm

Epicuro. Carta a Meneceo (fragmento, sobre el deseo)


Ni el joven postergue el filosofar ni el anciano se aburra de hacerlo, pues para nadie está fuera de lugar, ni por muy joven ni por muy anciano, el buscar la tranquilidad del alma. Y quien dice: o que no ha llegado el tiempo de filosofar o que ya se ha pasado, es semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad o que ya ha pasado. […] Busca pues, y practica las cosas que te he aconsejado teniendo por cierto que los principios para vivir en forma honesta son éstos: primero, creer que Dios es un ser viviente, inmortal y bienaventurado, sin darle ningún otro atributo. Existen pues, dioses y su conocimiento es evidente pero no son como los juzga la plebe que de ellos no tiene sino juicios falsos. Por ello es más impío el que cree en los dioses del vulgo que el que los niega. […]

Se ha de tener en cuenta en tercer lugar, que el futuro ni depende enteramente de nosotros ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperamos como si no hubiera de venir nunca. Hemos de recordar que de nuestros deseos, unos son naturales y otros son vanos. De los naturales, unos son necesarios y otros naturales solamente. De los necesarios algunos lo son para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo y otros para la vida misma. Entre todos ellos, es la reflexión acerca de las consecuencias posibles de nuestros actos la que hace que conozcamos sin error lo que debemos elegir y lo que debemos evitar para la salud del cuerpo y la tranquilidad del alma, pues el fin no es otro que vivir felizmente. Por la felicidad hacemos todo, a fin de que nada pueda dolernos ni perturbarnos […] y no hay otra cosa, excepto ella, que complete el bien del alma y el cuerpo.

En cuarto lugar necesitamos el placer cuando nos es doloroso no tenerlo pero cuando no nos resulta dolorosa su ausencia ya no lo necesitamos. Por eso decimos que el placer es el principio y el fin del vivir felizmente: éste es el bien primero y principal: de él provienen toda elección y rechazo y consideramos bienes, por regla general, a los que no producen perturbaciones. También por ser el placer el bien primero y principal no elegimos todos los goces, antes bien, dejamos de lado muchos cuando de ellos se han de seguir dolores y llegamos a preferir ciertos dolores cuando de ellos se ha de seguir un placer mayor. Todo deleite es un bien en la medida en que tiene por compañera a la naturaleza, pero no se ha de elegir cualquier goce. También todo dolor es un mal pero no siempre se ha de huir de todos los dolores. Debemos pues, discernir tales cosas, y juzgarlas con respecto a su conveniencia o inconveniencia. […]

Tenemos por un gran bien el contentarnos con lo suficiente, no porque siempre debamos tener poco sino para vivir con poco cuando no tenemos mucho, estimando por muy cierto que disfrutan equilibradamente de la abundancia y la magnificencia los que menos la necesitan y que todo lo que es natural es fácil de conseguir mientras que lo vano es muy difícil de obtener. […] No son las relaciones sexuales ni el sabor de los manjares de una mesa magnífica los que producen una vida feliz sino un sobrio raciocinio que indaga perfectamente las causas de la elección y rechazo de las cosas, y elimina las opiniones que puedan acarrear perturbaciones. […] Nadie puede vivir felizmente sin ser prudente, honesto y justo; y por el contrario, siendo prudente, honesto y justo, no podrá dejar de vivir felizmente pues la felicidad es inseparable de las virtudes. Porque, ¿quién crees que pueda superar a aquel que opina santamente acerca de los dioses, no teme a la muerte y reflexiona adecuadamente acerca del fin de la naturaleza, que se propone como bienes cosas fáciles de obtener y que considera a los males de poca duración y molestia, que niega el destino, al que muchos conciben como dueño absoluto de todo, y sólo acepta que tenemos algunas cosas por la fortuna mientras que las otras provienen de nosotros mismos? […] Estas cosas deberás meditar continuamente, con lo cual nunca padecerás perturbación alguna, sino que vivirás como un dios entre los hombres.    

Platón. Mito de la caverna


El libro VII de la República de Platón comienza con el conocido mito de la Caverna. Aquí tienes el texto, para desarrollar tu imaginación y pensar en la diferencia entre dos grandes mundos: el de las sombras y el de las ideas. ¿Cuál escoges? 

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Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.

Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.

– Ya lo veo-dijo

.– Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.

– ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!

– Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?

– ¿Cómo–dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?

– ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?

– ¿Qué otra cosa van a ver?

– Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?

– Forzosamente.

– ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?

– No, ¡por Zeus!- dijo.

– Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.

– Es enteramente forzoso-dijo.

– Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?

– Mucho más-dijo.

-Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?

– Así es -dijo.

– Y si se lo llevaran de allí a la fuerza–dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?

– No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.

– Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.

– ¿Cómo no?

– Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en condiciones de mirar y contemplar.

– Necesariamente -dijo.

– Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.

– Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.

– ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?

– Efectivamente.

– Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente «trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio» o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?

– Eso es lo que creo yo -dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.

– Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?

– Ciertamente -dijo.– Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.

– Claro que sí -dijo.

-Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.

– También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.

Mythologie et système solaire