Tibulo. Elegía I,6 (Lazos del Amor)


Siempre, para engañarme, me muestras sonriente tu semblante, después, para mi desgracia, eres duro y desdeñoso, Amor. ¿Qué tienes conmigo, cruel? ¿Es que es tan alto motivo de gloria que un dios tienda trampas a un hombre? Pues a mí se me están tendiendo lazos; ya la astuta Delia, furtivamente, a no sé quién en el silencio de la noche abraza. Por cierto que ella lo niega entre juramentos, pero es muy difícil creerla. Así también sus relaciones conmigo as niega siempre ante su marido. Fui yo mismo, para mi desgracia, el que le enseñé de qué forma se puede burlar la vigilancia: ay, ay, ahora estoy pillado por mis propias mañas. Entonces aprendió a inventar pretextos para acostarse sola; entonces a poder abrir la puerta sin rechinar los goznes. Entonces le di jugos de hierbas con los que borrase los cardenales que produce, al morder, la pasión compartida.

(Fragmento)

Catulo a Lesbia (LXXXVII)


 

Ninguna mujer puede decir haber sido amada verdaderamente tanto como mi Lesbia ha sido amada por mí. Ninguna fidelidad tan grande hubo nunca en ningún pacto como la que se ha descubierto de mi parte en tu amor.

Epicuro. Carta a Meneceo (fragmento, sobre el deseo)


Ni el joven postergue el filosofar ni el anciano se aburra de hacerlo, pues para nadie está fuera de lugar, ni por muy joven ni por muy anciano, el buscar la tranquilidad del alma. Y quien dice: o que no ha llegado el tiempo de filosofar o que ya se ha pasado, es semejante a quien dice que no ha llegado el tiempo de buscar la felicidad o que ya ha pasado. […] Busca pues, y practica las cosas que te he aconsejado teniendo por cierto que los principios para vivir en forma honesta son éstos: primero, creer que Dios es un ser viviente, inmortal y bienaventurado, sin darle ningún otro atributo. Existen pues, dioses y su conocimiento es evidente pero no son como los juzga la plebe que de ellos no tiene sino juicios falsos. Por ello es más impío el que cree en los dioses del vulgo que el que los niega. […]

Se ha de tener en cuenta en tercer lugar, que el futuro ni depende enteramente de nosotros ni tampoco nos es totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir infaliblemente ni tampoco desesperamos como si no hubiera de venir nunca. Hemos de recordar que de nuestros deseos, unos son naturales y otros son vanos. De los naturales, unos son necesarios y otros naturales solamente. De los necesarios algunos lo son para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo y otros para la vida misma. Entre todos ellos, es la reflexión acerca de las consecuencias posibles de nuestros actos la que hace que conozcamos sin error lo que debemos elegir y lo que debemos evitar para la salud del cuerpo y la tranquilidad del alma, pues el fin no es otro que vivir felizmente. Por la felicidad hacemos todo, a fin de que nada pueda dolernos ni perturbarnos […] y no hay otra cosa, excepto ella, que complete el bien del alma y el cuerpo.

En cuarto lugar necesitamos el placer cuando nos es doloroso no tenerlo pero cuando no nos resulta dolorosa su ausencia ya no lo necesitamos. Por eso decimos que el placer es el principio y el fin del vivir felizmente: éste es el bien primero y principal: de él provienen toda elección y rechazo y consideramos bienes, por regla general, a los que no producen perturbaciones. También por ser el placer el bien primero y principal no elegimos todos los goces, antes bien, dejamos de lado muchos cuando de ellos se han de seguir dolores y llegamos a preferir ciertos dolores cuando de ellos se ha de seguir un placer mayor. Todo deleite es un bien en la medida en que tiene por compañera a la naturaleza, pero no se ha de elegir cualquier goce. También todo dolor es un mal pero no siempre se ha de huir de todos los dolores. Debemos pues, discernir tales cosas, y juzgarlas con respecto a su conveniencia o inconveniencia. […]

Tenemos por un gran bien el contentarnos con lo suficiente, no porque siempre debamos tener poco sino para vivir con poco cuando no tenemos mucho, estimando por muy cierto que disfrutan equilibradamente de la abundancia y la magnificencia los que menos la necesitan y que todo lo que es natural es fácil de conseguir mientras que lo vano es muy difícil de obtener. […] No son las relaciones sexuales ni el sabor de los manjares de una mesa magnífica los que producen una vida feliz sino un sobrio raciocinio que indaga perfectamente las causas de la elección y rechazo de las cosas, y elimina las opiniones que puedan acarrear perturbaciones. […] Nadie puede vivir felizmente sin ser prudente, honesto y justo; y por el contrario, siendo prudente, honesto y justo, no podrá dejar de vivir felizmente pues la felicidad es inseparable de las virtudes. Porque, ¿quién crees que pueda superar a aquel que opina santamente acerca de los dioses, no teme a la muerte y reflexiona adecuadamente acerca del fin de la naturaleza, que se propone como bienes cosas fáciles de obtener y que considera a los males de poca duración y molestia, que niega el destino, al que muchos conciben como dueño absoluto de todo, y sólo acepta que tenemos algunas cosas por la fortuna mientras que las otras provienen de nosotros mismos? […] Estas cosas deberás meditar continuamente, con lo cual nunca padecerás perturbación alguna, sino que vivirás como un dios entre los hombres.    

Platón. Mito de la caverna


El libro VII de la República de Platón comienza con el conocido mito de la Caverna. Aquí tienes el texto, para desarrollar tu imaginación y pensar en la diferencia entre dos grandes mundos: el de las sombras y el de las ideas. ¿Cuál escoges? 

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Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.

Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.

– Ya lo veo-dijo

.– Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.

– ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!

– Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?

– ¿Cómo–dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?

– ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?

– ¿Qué otra cosa van a ver?

– Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?

– Forzosamente.

– ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?

– No, ¡por Zeus!- dijo.

– Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.

– Es enteramente forzoso-dijo.

– Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?

– Mucho más-dijo.

-Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?

– Así es -dijo.

– Y si se lo llevaran de allí a la fuerza–dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?

– No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.

– Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.

– ¿Cómo no?

– Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en condiciones de mirar y contemplar.

– Necesariamente -dijo.

– Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.

– Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.

– ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?

– Efectivamente.

– Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente «trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio» o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?

– Eso es lo que creo yo -dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.

– Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?

– Ciertamente -dijo.– Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.

– Claro que sí -dijo.

-Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.

– También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.

Drama. Una reflexión sobre el género literario.


Muchos ya saben que los géneros literarios no surgen sin más, sino con una finalidad concreta al servicio de la comunicación. Recuerdo, pero no lo diré, que una de las clases de la universidad comenzaba con esta pregunta: “¿Qué es un género literario?” En esas horas dedicadas al estudio aprendí mucho. No da igual pedirle una cita a alguien en poesía que en prosa, ni por medio del género épico que del lírico. Es una paradoja, pero no da igual. Esto me da que pensar, y ciertamente -un adverbio al que tengo un cariño desmesurado- la forma como se dan a conocer las noticias o como una persona entra en contacto con otra por medio de la palabra revelan algo muy íntimo de cada uno. Y más cuando lo que se hace es escribir.

Pues a mí me agradan, entre todos los géneros posibles, la dramática. Yo digo que es la actuación por medio de la cual se llevan al extremo las posibilidades humanas del sufrimiento y de la alegría. Y es cierto. Cualquier intermedio entre tragedia y comedia, es una mezcla sin orden contraria a la educación. Porque no hay que reírse de aquello trágico, ni llorar de mano de la alegría. Todo lo contrario. Y nos falta aprender eso, que cada cosa tiene su tiempo, y lejos de alejarnos de nosotros mismos nos comprendemos en nuestra historia. Un profesor mío, del que guardo algo más que una serie de apuntes o un mero recuerdo, comenzaba uno de sus libros parafraseando aquella tremenda frase socrática según la cual una vida sin pensamiento no merece la pena ser vivida. Esto muchos no lo comprender, por eso él lo compartía de una forma excelente: “Confío en que la verdad básica de la vida termina siempre por imponerese, y la vida, para ser hondamente gozada y sufrida, exige reflexión; pero me apena la idea de que llegue a no estar a mano de todo el mundo la oportunidad de un poco de soledad y labor filosófica, por simple desprecio comercial o por estragegia torpe de la política educativa“.

El drama es semejante a la vida en muchos aspectos. Pero en uno se diferencia de forma notable: el guión. Prescindiendo del guión, que en nuestro caso no está escrito y cualquiera que lo piense coherentemente debe estar dispuesto a entregar su libertad en manos de otros, el drama está compuesto de palabra y acción. ¿Qué más semejante a la vida? Ambas entrelazadas, unidas indisolublemente. Por eso digo que es como la vida, y no mera apariencia de ella. Apariencia de ella sería afirmar, y muchos a lo mejor lo harían de forma inconsciente, que la acción y la palabra no se unen en una única vida; o lo que es lo mismo, que es posible decirle “vida” donde sólo existiría la ruptura en el tiempo de aquello que somos: diálogo. Y sí, somos diálogo, y no sólo palabra. Y siempre seremos sólo diálogo, no triálogo y tretálogo. Cada vez que hacemos, no sólo laboramos o trabajamos, sino cada vez que hacemos de acción, ponemos en marcha nuestro discurso interior más profundo. Pues vida sólo se encuentra, y por eso todos la buscan, cuando nuestra acción está en concordancia con nuestro diálogo interior. Sócrates es un maestro en esto, y sólo iba al teatro que desarrollaba en Atenas un sólo dramaturgo. El resto, afincados fuera del hombre en las historias mitológicas, no le interesaban.

 Cuánto hay que aprender. Cuánto ayuda el drama. La sonrisa y el llanto.

Parménides y lo que realmente es


Tres notas simples. Nada más. Mejor leer el poema directamente.

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Filosofía en relación con Heráclito. En la investigación de lo que realmente es identificó los caminos por los que no se avanza ni se llega a él: el ser derivado y el ser relativo. El ser derivado es aquel que recibe el ser como por dependencia, pero nunca por sí mismo; de tal manera que, siendo cambiante, no es realmente ser. Y el ser relativo es aquel que se funda en la relación, pero no por sí mismo. Por ejemplo, ser derivado es recibir en función de aquello que nos antecede (tradición, por ejemplo, en lugar de la idea adquirida por uno mismo). Por ejemplo, ser relativo es ser en función de ser hijo, ser alumno, ser profesor o ser padre, puesto que todos ellos “dependen” de un ser relativo. El ser, es; el no ser, no es. Todo tiene “ser” y ese ser “es”. Este es el principio de identidad. De donde se deduce que Uno y Todo es lo Ente, lo Único, lo Continuo. (1) Que el ser es único. No puede haber dos seres; no puede haber más que un único ser en virtud del cual las realidades son. Pero sólo hay un ser, porque de lo contrario entre ambos existiría no ser, y no se puede afirmar que el “no ser” sea. (espacio) (2) Es eterno. De lo contrario tendría principio y fin. El ser no puede proceder del no-ser. (tiempo) (3) Inmutable. No puede cambiar, porque todo cambio es paso por el no ser. Todo lo que ha cambiado a dejado de ser lo que era. (4) Infinito. No está en ninguna parte que pudiese ser contenida en algo mayor que él. (5) Inmóvil. Porque moverse es dejar de ser en un sitio para ser en otro. Pero la realidad se mueve en otros parámetros, aquella al menos que muestran los sentidos. Las cosas son movimientos. Su conclusión: todo es apariencia, ilusión perceptiva mostrada por los sentidos. Luego hay un mundo sensible y otro inteligible. El sensible es por tanto ininteligible en pura lógica; pero lo real es inteligible, y sin embargo no tenemos ninguna idea de él, ninguna imaginación, ninguna comprensión. El principio de identidad se opone al de contradicción, igual que el mundo sensible contraría al inteligible. Y como ser y pensar poseen las mismas cualidades consiente un paso más en el que el ser y el pensar son idénticos. “Una y la misma cosa es ser y pensar”. Es con el discurso como se terminan abriendo las puertas del reino de la divina verdad, pero es la diosa de la Noche. Importancia del verbo aparecer, mostrarse de la verdad. Ésta no se encuentra, no se alcanza, no se aprende, sino que desvela y vela al mismo tiempo en un continuo diálogo con el hombre.

Horacio y el Carpe Diem


Huye de preguntarme qué va a ser del mañana y ten como ganancia el día, cualquiera que sea, que la Fortuna te dé; no desprecies, tú que eres joven, los dulces amores y los bailes en corro, en tanto que la tarda vejez se mantiene lejos de tu vigor. (Oda I,9)

Creo que en mi país son muy pocos los jóvenes que desconocen la expresión “Carpe Diem”. Lo que ya no puedo verificar es dónde la han aprendido. A mí me impresionó profundamente cuando el señor J. Keating comenzaba sus clases de literatura como profesor de la prestigiosa academia asentada sobre los pilares de la Tradición, el Honor, la Disciplina y la Excelencia “junto a” (no frente, como suele decirse de los profesores ordinariamente) un grupo de alumnos que nunca habían oído ni visto cosa igual.

Ya, pero la idea no fue de Keating. Tenemos que hacer justicia a las fuentes, a los grandes pensadores. Pero por esa regla de tres, quizá alguien anterior a Horacio fue quien la ensayó primero. Quizá Horacio la escuchó en algún círculo reducido de personas a un poeta inferior. No lo sé. Durante dos mil años hemos creído que se la debemos a Horacio, para qué andar pensando en otras hipótesis.

He leído hoy un trabajo que me ha dejado estupefacto. Alguien ha citado, para horror del profesor que tenga que leerlo, mal la referencia de este Carpe Diem latino. Por eso pongo arriba la indicación adecuada. Hoy por hoy, con los medios que tenemos, no encontrar algo con exactitud es incomprensible.

La reflexión sobre la Oda, para eso fue escrita, para dar qué pensar y ser pensada, la dejo al antojo de cada uno. Demasiado serio el tema. Máxime hoy, cuando en España vivimos el día después del fallecimiento de un deportista en pleno partido de fútbol de la liga. Sí, máxime hoy cuando muchos niños siguen muriendo de hambre, mujeres siguen como muertas bajo el tormento de la desigualdad, personas sufren el azote del olvido de la otra parte del mundo. Es verdad, la cita se vuelve seria y quiebra el mundo, mejor dicho lo muestra roto por las prisas y dureza de las botas de algunos de sus habitantes  y usuarios.