Solón de Atenas (3D. Eunomía)


“No va a perecer jamás nuestra ciudad por designio de Zeus ni a instancias de los dioses felices. Tan magnífica es Palas Atenea nuestra protectora, hija del más fuerte, que extiende sus manos sobre ella. Pero sus propios ciudadanos, con actos de locura, quieren destruir esta gran ciudad por buscar sus provechos, y la injusta codicia de los jefes del pueblo, a los que aguardan numerosos dolores que sufrir por sus grandes abusos. Porque no saben dominar el hartazgo ni orden poner a sus actuales triunfos en una fiesta de paz…Se hacen ricos cediendo a manejos injustos… Ni de los tesoros sagrados ni de los bienes públicos se abstienen en sus hurtos, cada uno por un lado al pillaje, ni siquiera respetan los augustos cimientos de Dike, quien, silenciosa, conoce lo presente y el pasado, y al cabo del tiempo en cualquier forma viene a vengarse. Entonces alcanza a toda la ciudad esa herida inevitable, y pronto la arrastra a una pésima esclavitud, que despierta la lucha civil y la guerra dormida, lo que arruina de muchos la amable juventud. Porque no tarda en agostarse una espléndida ciudad formada de enemigos, en bandas que sólo los malos aprecian. Mientras esos males van rodando en el pueblo, hay muchos de los pobres que emigran a tierra extranjera, vendidos y encadenados con crueles argollas y lazos(…) Mi corazón me impulsa a enseñarles a los atenienses esto: que muchísimas desdichas procura a la ciudad el mal gobierno, y que el bueno lo deja todo en buen orden y equilibrio, y a menudo apresa a los injustos con cepos y grillos; alisa asperezas, detiene el exceso, y borra el abuso, y agosta los brotes de un progresivo desastre, endereza sentencias torcidas, suaviza los actos soberbios, y hace que cesen los ánimos de discordia civil, y calma la ira de la funesta disputa, y con Buen Gobierno todos los asuntos humanos son rectos y ecuánimes.”

Solón de Atenas (1D)


Espléndidas hijas de Zeus del Olimpo y de Mnemósine,

Musas de Pieria, escuchadme en mi ruego.

Dadme la prosperidad que viene de los dioses, y tenga

ante los hombres por siempre un honrado renombre,

que de tal modo sea a mis amigos dulce y a mi enemigo amargo;

respetado por unos, terrible a los otros mi persona.

Riquezas deseo tener, mas adquirirlas de modo injusto

no quiero. De cualquier modo llega luego la justicia.

La abundancia que ofrecen los dioses le resulta al hombre

segura desde el último fondo hasta la cima.

Mas la que los hombres persiguen con vicio, no les llega

por orden natural, sino atraída por injustos manejos,

les viene forzada y pronto la enturbia el Desastre.

Su comienzo, como el de un fuego, nace de casi nada,

de poca monta es al principio, pero es doloroso su final.

Porque no les valen de mucho a los hombres los actos de injusticia.

Es que Zeus vigila el fin de todas las cosas, y de pronto

-como el viento que al instante dispersa las nubes

en primavera, que tras revolver el hondón del mar

estéril y de enormes olas, y arrasar en los campos de trigo

los hermosos cultivos, alcanza el sublime hogar de los dioses,