El error de Gorgias (Platón, Diálogos)
julio 24, 2008 1 comentario
El diálogo nombrado como «Gorgias» es una de las más extensas reflexiones platónicas. Sitúa a su maestro Sócrates junto a Gorgias, Polo y Calicles sucesivamente, en una apasionada conversación sobre la retórica o la vida política, o sobre ambas cosas indisolublemente unidas.
Como en todo diálogo, bien sabemos que se mezclan y entremezclan conceptos e ideas, discursos continuamente elaborados con el fin de aclararse unos a otros, poner paz y mostrar la verdad. Lo cual no es siempre fácil o posible. En éste caminamos sobre la vida política, de ahí al saber hablar, de ahí al contenido del que se habla en público que debe ser lo justo, de ahí a quién conoce lo justo sin ser justo, de ahí a lo peor que puede hacer una persona que es obrar injustamente, de ahí a que lo mejor es liberarse de la injusticia y la ignorancia… y así sucesivamente inclinándose también del lado del placer y los tipos de placeres, de lo bello, de la diferencia sofista entre la naturaleza y la ley, de la vida democrática y su fundamento, de los peligros, de lo que merece la pena ser vivido, de los gobernantes, de la vida después de la vida… Es difícil sondear el hilo de la conversación y cada uno de los temas que aparecen.
Todo se inicia cuando Gorgias, en un lugar sin identificar claramente, termina un discurso al tiempo que parece entrar Sócrates acompañado de Querofonte. El comienzo refuerza la imagen del «sofista» (Gorgias, hospedado en casa de Calicles) que se deja preguntar sobre cualquier cuestión porque desea mostrar que «posee un arte» capaz de abarcar cualquier cuestión de la vida pública. Ésta es la presentación admirada que hace el anfitrión de semejante «sabio», junto a la cual aparece la figura tranquila de Sócrates «desenvainando» su primera pregunta: Qué es.
«¿Qué es?» Y al primero que se la explica es a su compañero Querofonte, que no comprende la cuestión. «Por ejemplo, -se explica Sócrates- si hiciera calzado respondería, sin duda que es zapatero.»
Y después de un bello «inciso» para distinguir el diálogo de la retórica, Gorgias se manifiesta a sí mismo como «un buen orador«, poseedor del arte de la retórica y capaz de hacer «buenos oradores» a otros. No sólo bueno, sino «que nadie es capaz -continúa Gorgias- de decir las mismas cosas que yo en menos palabras». Pero ahora lo que interesa a Sócrates es de qué se ocupa la retórica, igual que el arte de tejer se ocupa de la fabricación de vestidos. Ante la pregunta, Gorgias alega que su objeto son los discursos. Matizando, no de cualquier discurso, sino de aquellos que capacitan para hablar y para pensar sobre… Y esta es la cuestión que ahora se abre. Primero diferencian entre discursos que aluden a operaciones manuales y entre discursos cuya actividad se manifiesta totalmente por medio de la palabra. Pero es insuficiente, puesto que hay otras que también son preferentemente «de palabra» como la aritmética.
Sócrates insatisfecho continúa su argumentación extrayendo de Gorgias un leve y continuo «Así es». Hasta el punto de tener que invitarle: «Pues da la contestación tú también, Gorgias.» El segundo paso es que los discursos sobre los cuales es objeto la retórica son aquellos que tratan «de los más importantes y excelentes asuntos humanos.» Y obligado a explicarlo, por su ambigüedad, aunque había prometido claridad y concisión, continúa: «El que, en realidad, Sócrates, es el mayor bien; y les procura libertad y, a la vez permite a cada uno dominar a los demás en su propia ciudad.» «Ser capaz de persuadir, por medio de la palabra… en toda reunión que se trate de asuntos públicos. En efecto, en virtud de este poder, serán tus esclavos el médico y el maestro de gimnasia, y en cuanto a ese banquero, se verá que no ha adquirido la riqueza para sí mismo, sino para otro, para ti, que eres capaz de hablar y persuadir a la multitud.»
Este es el punto de inflexión. Gorgias se ha visto obligado a explicitar cuál cree que es, según él realmente, el objeto de su «arte», junto con el «objetivo» de su vida: persuadir, dominar, esclavizar a otros por medio de la palabra de tal manera que los demás, en la ciudad, le entreguen sus bienes más preciados, como el banquero su dinero.
Con esto, de momento, lo dejamos. Continuará, pero hoy estoy falto de tiempo. Si alguien desea continuar con este excelente diálogo, le animo a ello. Con esto sólo añadir que seguiré hasta el final, pero hoy no.
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