Catulo LXXVI (Elegía amorosa)


Si los hombres experimentan placer al recordar la antigua obra bien hecha, cuando consideran que son honrados, que han respetado la sagrada fidelidad, que en ningún pacto han invocado en vano el poder de los dioses para engañar a los hombres, muchas satisfacciones te aguardan a lo largo de tu vida, Catulo, a causa de este amor tuyo no correspondido, pues todo el bien que los hombres pueden hacer o decir a sus semejantes, tú lo has dicho y hecho. Todo ello ha muerto confiado a un corazón ingrato. ¿Por qué, pues, atormentarte ya más? ¿Por qué no sacas coraje y te apartas de ella y aun con los dioses en contra, dejas de ser un desdichado? Es difícil renunciar de pronto a un prolongado amor; es difícil, pero hazlo de cualquier forma. Ésta es tu única esperanza de salvación: tú debes conseguir esta victoria; hazlo, tanto si puedes como si no. Oh, dioses, si es propio de vosotros la compasión o si llevasteis algunos, alguna vez, ya en el mismo momento de la muerte, un último socorro, contemplad mi desdicha y, si he vivido sin culpa, libradme de esta enfermedad y de esta perdición, que, como una parálisis deslizándose hasta el fondo de mi cuerpo, ha arrancado completamente la alegría de mi pecho. Yo ya no pretendo que ella corresponda a mi amor o, lo que resulta imposible, que consienta en ser pudorosa. Yo sólo aspiro a curarme y a quitarme esta cruel enfermedad. ¡Oh, dioses, concedédmelo a cambio de mi piedad!

Catulo a Lesbia (V)


¡Vivamos, Lesbia mía, y amemos, y todos los rumores de los viejos, demasiado severos, valorémoslos en un solo céntimo! Los soles pueden morir y renacer; nosotros, cuando haya muerto de una vez para siempre la breve luz de la vida, debemos dormir una sola noche eterna. Dame mil besos, luego cien, después otros mil, y por segunda vez ciento, luego hasta otros mil, y otros ciento después. Y cuando sumemos ya muchos miles, los borraremos para olvidarnos de su número o para que ningún maligno pueda echarnos mal de ojo cuando sepa que fueron tantos nuestros besos.

Tibulo. Elegía II, 3


También llevó a pastar los toros de Admeto el hermoso Apolo. Ni la cítara, ni sus cabellos sin cortar le ayudaron, ni pudo curar sus afanes amorosos con hierbas medicinales: todo cuanto había en el arte de la medicina, lo había vencido Amor. El propio dios se habituó a hacer salir de los establos a las vacas y enseñó a mezclar el cuajo con leche reciente y que esta leche se espesara con la mezcla. Entonces se tejió una canastilla con flexible mimbre de junco y por las junturas se producía un estrecho resquicio para el suero. ¡Oh, cuántas veces, dicen, mientras llevaba por los campos un ternero, enrojeció su hermana al encontrárselo! ¡Oh, cuántas veces, mientras cantaba en el fondo del valle, se atrevieron las terneras a interrumpir con mugidos sus doctos cantos! Con frecuencia los generales llegaron a consultar sus oráculos ante la incertidumbre de sus empresas. Vino también decepcionado el pueblo en masa de los templos de sus casas. Con frecuencia se dolió Latona al ver erizados sus sagrados cabellos, que la misma madrastra había admirado antes. Todo el que viera su cabeza sin adornos y sus cabellos en desorden, se preguntaría si aquella era la cabellera de Febo. ¿Dónde está ahora tu Delos?, Febo; ¿dónde la pítica, Delfos? Por cierto que Amor te obliga a vivir en pequeña choza. Dichosos los tiempos en que se cuenta que los eternos dioses no se avergonzaban de ser esclavos de Venus sin disimulos. Ahora él es objeto de habladurías, pero quien sufre de afanes amorosos por una joven prefiere ser objeto de burlas a ser un dios sin amor.

Tibulo. Elegía I,6 (Lazos del Amor)


Siempre, para engañarme, me muestras sonriente tu semblante, después, para mi desgracia, eres duro y desdeñoso, Amor. ¿Qué tienes conmigo, cruel? ¿Es que es tan alto motivo de gloria que un dios tienda trampas a un hombre? Pues a mí se me están tendiendo lazos; ya la astuta Delia, furtivamente, a no sé quién en el silencio de la noche abraza. Por cierto que ella lo niega entre juramentos, pero es muy difícil creerla. Así también sus relaciones conmigo as niega siempre ante su marido. Fui yo mismo, para mi desgracia, el que le enseñé de qué forma se puede burlar la vigilancia: ay, ay, ahora estoy pillado por mis propias mañas. Entonces aprendió a inventar pretextos para acostarse sola; entonces a poder abrir la puerta sin rechinar los goznes. Entonces le di jugos de hierbas con los que borrase los cardenales que produce, al morder, la pasión compartida.

(Fragmento)

Albio Tibulo (vida)


Poeta latino, del momento de oro de la poesía romana. Sólo poseemos 16 elegías compuestas por él y, con ellas, ha pasado a la historia. «Horacio, amigo suyo, lo hace crítico de sus sátiras, protagonista de una de sus odas y destinatario de una bella epístola; Ovidio lo imita con adoración, llora su muerte y lamenta no haberlo conocido; Domicio Marso lo iguala en su género a Virgilio; para Quintiliano es el mejor elegíaco latino.»

Sin saber ni cuándo ni dónde nace, se intuye que muere el 19 aC, como Virgilio. Huérfano de padre, es criado en un ambiente provinciano por su madre y hermana. Pertenece al orden de los caballeros. Estudioso y pacífico por naturaleza, no comprende y se duele por las guerras civiles, de las cuales también sufre de forma directa la reducción de sus tierras. Vivió toda su vida sin apuros económicos y dedicado prácticamente a la literatura.

Horacio lo describe como agraciado, elegante, culto, bueno, elocuente y famoso. Enamoradizo, como demuestra su obra, dirigida a Delia, Mátaro y Némesis (pseudónimos).

Se acepta que, políticamente, pertenece al grupo de Mesala. Lo que no se comprende exactamente es el alcance de tal grupo. Aunque en principio se abogaba por su carácter conservador, hoy se acuerda que, si bien al principio sí existieron ánimos restauracionistas, tras la paz imperial, comprenden y aceptan las ideas de Augusto.

Catulo a Lesbia (CIX)


Me prometes, vida mía, que este feliz amor nuestro ha de ser eterno entre nosotros. Dioses del cielo, lograd que pueda hacer promesas verdaderas y que hable sinceramente y de corazón, para que a lo largo de toda nuestra vida sea posible mantener este perenne pacto de sagrada amistad.

Catulo a Lesbia (LXXXVII)


 

Ninguna mujer puede decir haber sido amada verdaderamente tanto como mi Lesbia ha sido amada por mí. Ninguna fidelidad tan grande hubo nunca en ningún pacto como la que se ha descubierto de mi parte en tu amor.

Cayo Valerio Catulo (vida)


Nacido en Verona (87aC), hijo de un comerciante con una gran fortuna y grandes amistades, entre las que se incluye al mismo Julio César, que se alojó varias veces en su casa cuando viajaba a las Galias. Después de una sólida formación en su provincia, siendo joven viaja a Roma y allí se introduce dentro de los círculos literarios de la época. En Roma se enamora de una joven, a quien se refiere con el sobrenombre de Lesbia (quizá Clodia, hermana de P. Clodio Pulcher y esposa de Q. Metelo Céler, a quien el mismo Cicerón, que era amigo suyo, califica de “un desierto”), y a quien dedica veinticinco poemas que son capaces de narrar la historia desde sus comienzos idílicos hasta el desenlace final en el que es rechazado por un amor más joven.

Representa de forma excepcional el ideal de la poesía y un rotundo contraste con la vida tradicional de Roma (frente a Cicerón).  Dentro del movimiento neotérico (como los novísimos del tiempo) ama la cultura griega y adapta a “lo romano” todo lo que en ella pueda existir de innovación. “Se importan las nuevas normas de la literatura helenística, nuevos géneros, nuevas formas métricas, etc.; la música y la danza como elementos educativos; la mujer cuanto integrante de cenáculos literarios e incluso políticos; los aristócratas al frente de la plebe, la libertad como bandera en todos los frentes.” Buscan momentos diversos en los que puedan encontrar su inspiración, integrando su poesía con la vida: el ambiente bohemio, alternando estudio, producción literaria y vida festiva y amorosa.

Los amores de Catulo forman parte intrínseca de su obra. Clodia (a quien llama Lesbia) era culta, admiradora de la poesía, de la música y de la danza, participaba en cenáculos y tertulias. Se conocieron en Verona, y la llegada a Roma de Catulo le abre un universo grande de posibilidades: tanto el amor de Clodia como la incorporación en la ciudad a los círculos literarios, la moral de los nuevos círculos y las expectativas que se ciernen sobre un poeta joven que es escuchado. Pero no todo fue romántico: la muerte de su hermano, las traiciones de sus amigos y también de su amante, con quien había esperado casarse a la muerte de su marido, golpean su vida. Sólo al final de su vida, después de una agitada estancia en Roma, recupera la inocencia que había cultivado en Verona.

En cuanto a lo político, pese a ser amigo de César, mantiene mucha distancia frente a los ideales políticos. Critica tanto a César como a Pompeyo. De hecho, el mismo César, al sentirse atacado por sus versos cargados de rabia, sentó a Catulo a su mesa en la casa de su padre. ¿Cambió Catulo tras la conversación? Probablemente, no. Pero canta en su poesía las victorias de César en las Galias y Britania, quizá movido más por el patriotismo.

Un acontecimiento va a marcar su vida: la muerte de su hermano mayor en Oriente y su entierro en Troya sin las correspondientes honras fúnebres. Lugar al que viajó años más tarde junto a Memmio, por diferentes motivos.

Muere muy joven, con treinta años.