Tibulo. Elegía II, 3
May 25, 2008 Deja un comentario
También llevó a pastar los toros de Admeto el hermoso Apolo. Ni la cítara, ni sus cabellos sin cortar le ayudaron, ni pudo curar sus afanes amorosos con hierbas medicinales: todo cuanto había en el arte de la medicina, lo había vencido Amor. El propio dios se habituó a hacer salir de los establos a las vacas y enseñó a mezclar el cuajo con leche reciente y que esta leche se espesara con la mezcla. Entonces se tejió una canastilla con flexible mimbre de junco y por las junturas se producía un estrecho resquicio para el suero. ¡Oh, cuántas veces, dicen, mientras llevaba por los campos un ternero, enrojeció su hermana al encontrárselo! ¡Oh, cuántas veces, mientras cantaba en el fondo del valle, se atrevieron las terneras a interrumpir con mugidos sus doctos cantos! Con frecuencia los generales llegaron a consultar sus oráculos ante la incertidumbre de sus empresas. Vino también decepcionado el pueblo en masa de los templos de sus casas. Con frecuencia se dolió Latona al ver erizados sus sagrados cabellos, que la misma madrastra había admirado antes. Todo el que viera su cabeza sin adornos y sus cabellos en desorden, se preguntaría si aquella era la cabellera de Febo. ¿Dónde está ahora tu Delos?, Febo; ¿dónde la pítica, Delfos? Por cierto que Amor te obliga a vivir en pequeña choza. Dichosos los tiempos en que se cuenta que los eternos dioses no se avergonzaban de ser esclavos de Venus sin disimulos. Ahora él es objeto de habladurías, pero quien sufre de afanes amorosos por una joven prefiere ser objeto de burlas a ser un dios sin amor.
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