Pronunciemos palabras de fiesta: el dios del cumpleaños se acerca al altar. Todos los presentes, hombres y mujeres, guarden silencio. Quémese piadoso el incienso en la lumbre, quémense los perfumes que el blanco árabe envía de su rico país. El propio Genio acuda a contemplar sus honras; flexibles guirnaldas le adornen su sagrada cabellera. Sus sienes rezumen gotas de nardo puro y quede saciado de torta y embriagado de vino. Concédate, Cornuto, todo lo que pidas. Ea, ¿por qué vacilas? Él lo consiente: pídele.
Desearás, me imagino, el amor fiel de tu esposa. Creo que los propios dioses lo han decretado ya. Lo preferirás a todos los campos que por el mundo entero un fuerte labrador pueda arar con buey robusto y a todas las perlas que se crían en las Indias felices, por donde enrojece la ola del mar de Oriente.
Tus deseos se cumplen. Ojalá vuele Amor con sus alas resonantes y a vuestro matrimonio traiga cadenas de oro; cadenas que duren siempre, hasta que la lenta vejez marque arrugas y encanezca los cabellos. Que llegue ésta, dios del cumpleamos, otórgueles a los abuelos nietos y juegue ante tus pies un tropel de niños.
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