Protágoras de Abderá. Una reflexión personal.
enero 5, 2008 Deja un comentario
Cuánto me gustaría ir dando entrada en estas entradas a cada uno de los grandes de la antigüedad. Quienes me conocen saben la debilidad que tengo por ellos. Hoy, sin ir más lejos hace una hora escasa, me he encontrado dos personas que me dijeron escasamente hace un año “profe” por primera vez. Ellos me cuentan cómo soy apasionado en mis clases, que algunas veces soy duro y les digo las cosas como las pienso y siento (algo que estaría bien que fuera de la mano más de una vez). Me gustaría dar las gracias a tantos alumnos como fuera posible de todos esos que se pasan horas escuchando sin entender, a lo mejor en momentos de tensión intelectual y vital. Algún día escribiré un elogio de alumnos interesados que reconocen no saber de qué se habla, y que por eso empiezan a buscar por sí mismos prescindiendo de la torpeza de escuchar sólo a un profesor. Pero eso será para otro día.
Protágoras. Dos cuestiones: una persona y un diálogo; o una persona que da pie a un grandísimo diálogo. Hoy sólo apunto parte del mismo. Un amigo de Sócrates va a despertarle por la mañana porque pensaba que había llegado a la ciudad esa persona que iba a conseguir de él que llegara a ser una persona excelente. No hay que decir que la excelencia en los tiempos que corrían era más bien de carácter político, en torno a la democracia ateniense y el continuo asedio interno y externo que la zarandeaba. Es entonces cuando se inicia el diálogo. La persona que es esperada se llamaba Protágoras, aquel que instantáneametne enlazamos con su sentencia más famosa: “La medida de todo es el hombre”. Pero de Protágoras se puede decir mucho más: sus intereses, cómo entiende la retórica y dialéctica, por qué motivo -el mal en el mundo- comienza a filosofar, por qué se hace maestro. Muchas cuestiones, no sólo una.
Sócrates, frente al amigo, parece desconfiado ante la ingenuidad del otro. Éste nunca ha pretendido ser maestro de nadie, sin embargo es el primero al que se acude en una cuestión de consejo. Sócrates está durmiendo y es despertado, no esperaba; sin embargo su misión en el mundo, encargo del dios Apolo, era buscar los sabios, todos aquellos que decían que sabían, y examinarlos.
Cuando recibe la visita del amigo, pronto comprende una de las grandes cuestiones de la humanidad: toda relación supone entregar lo que somos a la persona con la que nos encontramos. Y Sócrates avisa desde el principio. Reproduzco la frase para que sea pensada, porque me parece que tiene que ver en gran parte con muchas cuestiones de hoy. ¿Qué entregamos y a quién? ¿Hablamos con alguien sobre eso antes, o simplemente “nos dejamos llevar por lo que otros dicen”?
¿Sabes a qué clase de peligro vas a exponer tu alma? Desde luego si tuvieras que confiar tu cuerpo a alguien, arriesgándote a que se hiciera útil o nocivo, examinarías muchas veces si debías confiarlo o no, y convocarías, para aconsejarte, a tus amigos y parientes, meditándolo durante días enteros. En cambio, lo que estimas en mucho más que el cuerpo, el alma, y de lo que depende el que seas feliz o desgraciado en tu vida, haciéndote tú mismo útil o malvado, respecto de eso, no has tratado con tu padre ni con tu hermano ni con ningún otro de tus camaradas, si habías de confiar tu alma o no al extranjero ése recién llegado, sino que, después de enterarte por la noche, según dices, llegas de mañana sin haber hecho ningún cálculo ni buscasdo consejo alguno sobre ello, si debes confiarte o no, y estás dispuesto a dispensar tus riquezas y las de tus amigos, como si hubieras reconocido que debes reunirte de cualquier modo con Protágoras, a quien no conoces, como has dicho, con el que no has hablado jamás, y al que llamas sofista; si bien qué es un sofista, parece que lo ignoras, en quien vas a confiarte a ti mismo.
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